11 de julio de 2014

Me quiero despertar durmiendo













Me quiero despertar durmiendo
sin sexo sin mundo
ultratumba
submarinamente
deshecho de mis nalgas
de mis dudas, preguntas
y más y más
Me quiero despertar
notando, pensando
clavando mis sienes
en mis pieles
puntiagudas
divinas, pesadas
durmiendo, allá...
lejos
Nadie llega
nadie sabe, 
         sin miedo
sin sal, sin sonido
sin tu paciencia
ni mi saber
Me quiero despertar
durmiendo
con peso, con sentido                                                             
sin miedo
Si no despierto y
no quiero



SÓLO UNAS CUANTAS CHINCHETAS



No te confundas. Aún no he regresado. Me quedan unos cuántos papeles revueltos y un par de chinchetas en la piel que me tienen pegada a ese banco vacío y recién pintado.
Quiero comerme algún cigarro que no suelte ceniza, por eso de las heridas...
Ya me han quemado. Literalmente. Y me gusta. Porque me hace sentir que podría morir cerrando los ojos y no darme apenas cuenta de que me estoy yendo; porque cuando he sentido apagarse el fuego en la piel he sentido también ganas de apagar esas luces molestas que me alejan de los parpadeos de aquellos de los que no me apetece acompañarme; porque cuando he imaginado cómo sería arderme entera por dentro he comprendido que soy diferente; porque vivir sosteniendo la cera de las velas que yo misma he prendido con los dedos y sin temblar me crea una sonrisa espumosa y ligera de lóbulo a lóbulo y no lo cambiaría por nada; porque ver las pupilas dilatarse sin espejo ha abierto los poros oxidados que aún quedaban de mis viejas costumbres; porque de un zarpazo me he quitado el peso de lo bueno y lo malo, y mi maleta va suave y se siente libre de replegarse en cualquier parte de mi cuerpo y en cualquier rincón del mundo.
Y soplaré, soplaré tan fuerte que la choza de paja que quieren prestarme no sólo se esfumará sino que se desintegrará.
No sé si me entiendes. Es en esos momentos en los que por eso amo a mi bombilla. Es un pergamino de colores anegado de sensaciones que me cubre y me impulsa, uno de estos ratos que de pequeña nunca te han contado que existieran, uno de esos instantes en los que se te agarrota el alma por impedir una expansión por fuera de su propia existencia...Expandir...a veces es complicado porque no hay tanto ancho en el mundo como para que quepan mis sentidos.
Y eso que aún no he vuelto del todo.
Primero estuve escondida en un bloqueo hastiado de escuchar y escucharse, de ser leída por oídos que no veo, de ser comprendida desde las palmas subjetivas de un desconocido y aún más: de muchos conocidos. Cargué con el peso de exponerme, de columpiarme promiscua entre mis ideas y los borbotones de pequeñas vidas que vivo. La inspiración quebró porque no podía envasarla al vacío y meterla entre letras.
Segundo. También he estado escondida por segunda vez. Pero distinto. Muy distinto. He sido cobijada, ultrajada, acariciada, relamida, mordida, quemada, fulminada, sorprendida, desquebrajada, rajada, excitada, corrida, bombardeada, pensada, alimentada en sábanas ya sucias, nutrida con deliciosos desayunos y sentida, acompañada, dormida...en definitiva vivida un millar de minutos. No me ha dado apenas tiempo de poder definir nada. Así que tampoco éstas cosas que nos surgieron hace milenios a las que llamamos letras no se asomaban siquiera a pavonearse delante de mi porque estaba en un rincón revuelto siendo feliz, con todos los miedos, dudas, ataques, sudores, deleites y placeres, de los que muchos de ellos no había ni imaginado ni el talón ni la raíz de su utópica existencia.
Por eso temblorosas estas teclas y desgastados mis dedos aún no puedo decir abiertamente que he vuelto: tengo un año más, menos miedos de los viejos y otros nuevos; tengo "arrugas de expresión" que algunos gusta y a otros supongo que le parecerán simplemente comandos del paso del tiempo, de que las células se mueren y se caen al suelo...Casi medio me reconozco en las fotos presentes porque mi mirada va cambiando pero también la mirada que acompañan a los disparos que me retratan. Es un mutuo acuerdo.
No te confundas. No necesito mil farolas alumbrando éstas calles, tengo mi bombilla. Siempre tendré mi bombilla. Y me siento afortunada por ello. Pienso morir mordisqueando todos los amaneceres bebidos y sobrios que pueda, morir compaginando todo mi talento con toda mi pereza, morir dando gritos en silencio y morir si es posible entre unos buenos labios carnosos que besen como si la gravedad estuviera en mi boca y no tuvieran más remedio. Esos labios que ahora deseo.


No te confundas. No he regresado del todo pero sólo a éstas páginas, no a la luna que me deja perpleja, no al caminar cada hora segura de que lo que soy, ya es mucho. Ahí estoy vuelta, regresada, anclada e indefinida.